La escuché en el LLAMADOR de la semana después, de la voz -sevillana y cofrade de Charo Padilla- pudo suceder en el año de gracia del 2004, no lo recuerdo exactamente, pero es digna de un relato de José María de Mena extraído de su célebre “Tradiciones y Leyendas de Sevilla”, como lo podía ser de la mejor literatura romántica y costumbrista. Sucedió en Triana (natural de Sevilla), la noche más hermosa; madrugá del Viernes Santo. La calle Ancha-pureza, como cada año, estalla de júbilo en apretada multitud, recibiendo el paso de misterio del Stmo. Cristo de las Tres Caidas. En plena apoteosis de devoción, la gente va tomando posiciones. Detrás del paso, entre la muchedumbre que lo rodea, se coloca un niño de edad incierta y aspecto montañesino; pelo ensortijado, moreno de facciones perfiladas y natural rubor en las mejillas. Camina solo, marcando los pasos del tambor y las alpargatas costaleras y pronto se situa a la altura del zanco trasero derecho. Comienza a disfrutar del delirio, la plena conjunción de banda y cuadrilla; el izquierdo por delante, los solos interminables de Enmanuel y Rocío, la gracia y la anarquía del andar más genuino de Triana. El niño absorbido por la emoción del ambiente, se hace notar, intimida al patero con la primera pregunta: ¿pesa mucho el paso?: “esto que va a pesaá mi arma”, respuesta inmediata. Cruza el puente, relente y mareadilla del puerto camaronero, permanece en su sitio, inmune, nada puede afectarle puesto que sus manos han tocado la madera forrada del zanco y se han aferrado a ella como a un clavo ardiendo. En los refrescos de Reyes Católicos, los costaleros han reparado en él; le han preguntado que si viene sólo; se han preocupado por buscar algún pariente; le han recomendado que tenga cuidado con la bulla, han insistido en protegerlo y arroparlo casi pegado a los faldones. Saben que se llama JESUS de nombre y como costaleros de Triana generosamente, han iniciado una serie de dedicatorias al niño que viene acompañándolos desde la salida. En la Magdalena, parado el paso a la altura de la entrada principal de la Parroquia, el niño se adelanta hasta el capataz; lo mira fijamente con sus ojos radiantes de asombro: ¿puedo llamar? –le pregunta en inocente tono- Paco Ceballos queda deslumbrado por ese brillo en la mirada que se confunde con el dorado esplendente del canasto. Lo mira fijamente y no puede por menos dedicarle la mejor de sus sonrisas a la par que acaricia tiernamente su pelo. El niño lo entiende, marcha a su sitio en la trasera del paso, donde los costaleros ya comienzan a echarlo de menos: ¿Dónde esta Jesús, ha encontrado a sus padres…?...¡Jesús, vente pa¨ca –mi arma- que vamo a entrá en Campana y allí se forma mucha bulla! El niño se hace un hueco en la trasera, su peso y estatura se lo permiten. Va a vivir todo el esplendor de la llegada oficial a Sevilla; Jesús, casi no respira, bajo la oscuridad sonora de los faldones, siente el estado febril de un costalero más, el sudor helado de la máxima concentración y responsabilidad, el entusiasta anhelo de rayar la perfección del trabajo bien hecho en Triana…
Se confunden en sus oidos los aplausos y los solos de la blanca infantería marinera; los oles del público, las arengas y consignas de la gente de abajo. El trueno de la unánime ovación con que despide la Campana al paso cuando emboca Sierpes y los zancos se posan en el suelo, después de una nueva chicotá de ensueño. Jesús despierta de su letargo emocional, levanta los faldones, respira el aire fresco de la anchura de los Palcos, pero continua absorto pegado a la pata que ya lo considera su ahijado. .Se luce por la Avenida, corona junto a sus padrinos, la cumbre de la Estación de Penitencia bajo el silencio gótico de la Catedral. Padece las puñaladas en los pulmones que le asesta el frío de la Plaza de la Virgen. Comienza a amanecer, Jesús no había visto nunca en la calle, un crepúsculo igual que el de las luces de la aurora en el Triunfo. Olor a calentitos de plata en el postigo color de la mañana para abrir el estómago. ¡Jesús, esto no ha hecho más que empezar, le gritan los costaleros!...”esta chicotá va por ti –mi arma”. Todos lo celebran por unanimidad. Esplendor en el baratillo. En la calle Pastor y Landero, el niño vá cogido de la mano del patero, marcando el compás con sus menudos pies. El sol lo recibe en el puente y brilla el lucero como Estrella de la mañana en San Jacinto. El niño aguanta la muchedumbre en Santa Ana, protegido por todos, ya forma parte de la cuadrilla, todos tomaron debida nota de él, desde el hombre de la caña hasta el de la escalera, pasando por contraguías, diputados y auxiliares, tanto fue así, que cuando el paso enfiló de nuevo la calle Ancha-Pureza, Paco Ceballo, reclamó su presencia, lo llevó de su mano hasta el frontal, tocó el llamador con enjundia y se hizo el silencio: “Niñooo, esta levantá vá por el niño Jesús…que ha salio con nosotro y vá entrá con nuestro Cristo, aquí a mi vera…lo quiero vé volá…¡oido, que él toca el martillo..tos poriguá, valiente…al cielo Triana…a esta é!. En plena efervescencia de emociones, entre abrazos y besos plagados de lágrimas en los ojos, cuando todo acabó y el paso reposaba en el lugar que ocupa dentro de la Capilla, alguien confundido aún por los parabienes, gritó su nombre: ¡Jesús!...¿donde está el niño?...¿alguien ha visto a jesús?...la cuadrilla entera salió a su encuentro…pero ni rastro de Jesús. Recuerdo, que una representación de la cuadrilla del Stmo. Cristo de las Tres Caidas, acudió al programa El Llamador, para dar cuenta de esta historia y aprovechar los micrófonos para recabar información a cerca de su paradero. Quizás la historia no fuera así, como la he recreado, al pié de la letra, pero yo creí en ella, como creo en ese Niño Jesús…que –porqué no- bajó a Sevilla en la noche más hermosa, para acompañar a los costaleros de Triana.
Antonio Sierra Escobar
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