Hace doce años, en 1996, con motivo de la publicación de la espléndida monografía
“Esperanza de Triana”, donde se me encomendó la redacción, entre otros, del capítulo dedicado
a su patrimonio escultórico, tuve ocasión de estudiar con el detenimiento que merecía la imagen
del Santísimo Cristo de las Tres Caídas1. Se me ofrece la oportunidad de revisar brevemente aquel
texto, lo que aprovecharé para matizar alguna opinión que entonces vertí y, sobre todo, para
actualizarlo en su aparato crítico.
Comenzábamos recordando cómo una venerable tradición atribuía este Nazareno de las
Tres Caídas de Triana a la gubia barroca del utrerano Francisco Antonio Gijón (1653-c. 1720), lo
que a todas luces carece de cualquier fundamento estilístico. Por el contrario, la historiografía
decimonónica, desde Justino Matute y Gaviria hasta Almela Vinet, pasando por González de
León y Bermejo, prefirió asignarla al quehacer del escultor manierista Marcos Cabrera, cuya
producción se halla por el momento documentada entre 1575 y 16012. Ya en el siglo XX, la opinión
mayoritaria, sustentada desde el ámbito académico por los profesores Hernández Díaz y Bernales
Ballesteros, insistió en vincularla a la producción de Cabrera, señalando su presunta relación
con el Jesús Nazareno de Utrera, obra documentada suya en 1597. Últimamente, sin embargo,
historiadores del arte como Palomero Páramo, Torrejón Díaz, Sánchez de los Reyes o nosotros
mismos, encontramos serias reservas en seguir manteniendo sin más dicha atribución, sin que
pueda negarse de manera categórica. Lo que sí es cierto es que se halla desprovista de toda base
documental. Y lo que es más grave: las variadas reformas a que se ha visto sometida la venerada
efigie a lo largo del tiempo, y con una especial intensidad en la centuria que va desde 1889 a 1989,
han ido distorsionando su fisonomía original y, por consiguiente, nuestra percepción de la misma,
dificultando extraordinariamente su correcta catalogación. Lo más prudente, por el momento,
será suscribir su anonimato y encuadrar su factura en torno a 1608, fecha de la fundación de la
Hermandad de las Tres Caídas, cuyo IV centenario estamos conmemorando3.
La primera noticia que poseemos de una intervención restauradora, sin que conozcamos el
alcance de la misma, data, en efecto, del año 1889, cuando la Cofradía volvió a verificar, después
de treinta y dos años de interrupción, su Estación de Penitencia a la Santa Iglesia Catedral en la
Madrugada del Viernes Santo. Con este motivo, se remozaron todos sus enseres procesionales,
incluyendo las imágenes del Cristo de las Tres Caídas, la Virgen de la Esperanza, San Juan
Evangelista y Santa María Magdalena.
Mayor trascendencia revistió la restauración acometida por el escultor sevillano Manuel
Gutiérrez Reyes (1845-1915) en 1894, pues supuso la retirada de la cabellera y barba de pelo
natural que hasta entonces tenía el Nazareno, sustituyéndolas por otras de pasta y estopa. Según
testimonio de Álvarez Duarte, antes de que en 1983 él mismo procediera a incorporarle un cuerpo
nuevo, podía leerse en el busto del Cristo, aun con cierta dificultad, la siguiente inscripción: “Me
restauró Gutiérrez Cano”4.
1 RODA PEÑA, José: “Escultura” en Esperanza de Triana. T. II. Sevilla, 1996, pp. 25-32.
2 A pesar de los años transcurridos, sigue siendo referente para el conocimiento de la obra de Marcos Cabrera el artículo
publicado por LÓPEZ MARTÍNEZ, Celestino: “La Hermandad de la Sagrada Expiración y el escultor Marcos de Cabrera” en
Calvario. Sevilla, 1946, s.p., así como las páginas que le dedicara HERNÁNDEZ DÍAZ, José: Imaginería hispalense del Bajo
Renacimiento. Sevilla, 1951, pp. 47-49.
3 Las últimas publicaciones que defienden esta postura, que nosotros ya puntualizamos en 1996 y en 2002 (RODA PEÑA,
José: “El Nazareno en la escultura procesional andaluza” en Las Cofradías de Jesús Nazareno. Encuentro y aproximación a
su estudio. Cuenca, 2002, p. 143), se deben a TORREJÓN DÍAZ, Antonio: “Jesús de las Tres Caídas (Esperanza de Triana)”
en De Jerusalén a Sevilla. La Pasión de Jesús. T. III. Sevilla, 2005, pp. 317-322, y a SÁNCHEZ DE LOS REYES, Francisco
Javier: “Jesús de las Tres Caídas; observaciones e hipótesis sobre una imagen” en Boletín de las Cofradías de Sevilla, nº 565.
Sevilla, marzo de 2006, pp. 141-144.
4 ÁLVAREZ DUARTE, Luis: “La restauración de las imágenes titulares” en Esperanza de Triana. T. II. Op. cit., p. 61. Posiblemente
la inscripción incluyera la “R” del apellido Reyes del citado escultor, sobre quien hemos publicado una monografía que
reseña esta intervención restauradora. RODA PEÑA, José: El escultor Manuel Gutiérrez Reyes (1845-1915). Sevilla, 2005, p.
74.
EL SEÑOR DE LAS TRES CAÍDAS DE TRIANA.
VALORACIÓN ARTÍSTICA E ICONOGRÁFICA
ICONOGRAFÍA
IV Centenario Hermandad de las Tres Caídas 29
En 1929 fue Antonio Castillo
Lastrucci quien intervino sobre la
imagen, dotándola de un grueso
mechón de pelo que caía verticalmente
por el lado derecho de la cabeza y
modelando una rotunda corona de
espinas ‑la anterior era tan solamente
sobrepuesta-, al tiempo que suprimió
las pestañas postizas con que
contaban sus ojos de cristal5.
Las dos últimas restauraciones
han corrido a cargo del prestigioso
imaginero Luis Álvarez Duarte. La
primera de ellas, culminada en 1983,
conllevó, como ya se ha dicho, la
realización de un cuerpo anatomizado,
incluida la factura de los pies, debido al
pésimo estado en que se encontraba
su candelero anterior, falto de toda
sujeción; además, le incorporó
una nueva peana y talló el actual
mechón de guedejas ondulantes en
sustitución del de Castillo Lastrucci.
Menor relevancia tuvo la ejecución
de unos renovados hombros y
brazos, enteramente necesarios para
mejorar su morfología y capacidad de
movimiento.
Hoy por hoy, el más antiguo
Nazareno procesional caído en
tierra que se conserva en Sevilla es
el cotitular de la Hermandad de la
Esperanza de Triana. Muestra la rodilla
derecha postrada en tierra, al tiempo
que la opuesta se alza, imprimiendo
cierta tensión corporal, que pudiera
interpretarse, en atinada opinión del
recordado cofrade y Doctor en Medicina Hermosilla Molina, como un ademán por levantarse, tras el
derrumbamiento. Las manos lucen un tratamiento abiertamente realista, con los tendones y venas
dorsales muy acusados; la diestra, con la palma abierta, se apoya sobre el promontorio rocoso que
en la prodigiosa Madrugada de Sevilla se transmuta en un monte de claveles rojos o lirios morados,
y la izquierda tiende sus dedos para abrazar el patibulum o travesaño corto de la cruz. Lógicamente,
es en la cabeza donde se concentran los principales matices expresivos. La corona de espinas,
como se comentó, forma un solo bloque con el óvalo craneal, presentando una factura un tasco
desmañada. Sobre la testa despuntan las tres características potencias metálicas. La cabellera,
peinada con raya central, cae suelta por la espalda, dejando al descubierto la oreja izquierda y parte
de la derecha, pues ésta se cubre parcialmente por el ya aludido mechón serpenteante, tallado
por Álvarez Duarte en consonancia con el resto del cabello y barba, que por cierto es de tipología
claramente bífida.
5 La trascendencia de esta intervención ‑cuya fecha de ejecución logramos documentar en nuestro trabajo de 1996-, está
perfectamente planteada por SÁNCHEZ DE LOS REYES, Francisco Javier: “Jesús de las Tres Caídas; observaciones e hipótesis
sobre una imagen”. Op. cit., p. 144. Dicha restauración tan sólo fue escuetamente enumerada por ROSA MATEOS,
Antonio de la: Castillo Lastrucci. Su obra. Almería, 2004, p. 89.
ICONOGRAFÍA
Boletín Extraordinario
El rostro, de canon alargado y agraciada fisonomía, despierta la compasión y la sincera devoción
del fiel contemplador, que se siente interpelado por un semblante dulce y sereno. Las cejas se
presentan ligeramente elevadas por el fruncimiento del ceño. Los ojos aparecen entornados,
desprovistos de pestañas postizas y con los párpados inferiores peleteados a punta de pincel.
La nariz está bien modelada, al igual que los labios entreabiertos, permitiendo la visión de ambas
hileras de dientes.
La encarnadura ha resultado bastante alterada, no sólo por el inevitable paso del tiempo que
actúa de manera natural sobre la composición de los pigmentos pictóricos y los barnices, sino
también a consecuencia de algunas de las actuaciones restauradoras ya reseñadas y de otras no
cuantificadas documentalmente; en consecuencia, hoy apreciamos una policromía ciertamente rica
en tonalidades trigueñas, pero que a nuestro modesto juicio requeriría un cuidadoso tratamiento
tendente a recuperar algunos valores plásticos y matices expresivos que contribuirán a poner en
valor de manera más palmaria y ajustada la incuestionable calidad artística de esta singular imagen
sagrada.
Ante ella, tenemos la fortuna
de poder rememorar
las consideraciones formuladas
por el ilustre mercedario
Fray Juan Interián de
Ayala (1656-1730), quien en
pleno siglo XVIII, reflexiona
en el capítulo dieciséis de
su tratado El pintor cristiano
y erudito sobre la plausible
circunstancia de “que fatigado
Jesús con la carga de
la Cruz, estando ya por otra
parte débil, y teniendo quebrantadas
las fuerzas por
los muchos, y gravísimos
tormentos que por espacio
de algunas horas había padecido
antes; cediese dos,
ó tres veces al grave peso
de ella, y cayese debajo de
la misma Cruz; es cosa que
piamente se cree, y de hecho
es bastante verosímil.
Por lo que, es cosa también
pía el pintar, y representar
a la vista este tan grave, y
acerbo espectáculo con
muchos sentimientos de
piedad, aunque de esto, ni
de otras muchas cosas, no
nos hayan hecho expresa
mención los Evangelistas”.
José Roda Peña
Universidad de Sevilla
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